
No sé cómo podrían llegar a ser interpretadas estas palabras, pero ¿alguno de ustedes coincide en que a veces el tiempo invertido en los demás puede llegar a ser bastante desgastante? Hoy en día estoy practicando una fórmula de dar espacio. Por ejemplo: Te envío un mensaje preguntando cómo estás y si no respondes, no me lo tomo personal, pienso lo siguiente: “Tendrá ocupaciones o cero ganas de hablar”, como también me sucede a mí, cosa que es respetable. Si me dejas en visto, escojo la opción de no tomármelo como un insulto, sino como una señal de vida para no invadirte y entender que no te mereces tanta atención (al menos en este momento). Así que, dependiendo de quien seas y nuestra relación es probable que tengas que ser tú el que reanude la interacción si aún te interesa. Te doy esa libertad. Obviamente tomo en cuenta algunos factores extras y determino si vale la pena insistir después de un tiempo (aunque no hayas respondido), porque en ciertas situaciones es inevitable sentirme preocupada por ti.
A mí no me gustan esos juegos de hacerse el enigmático al que hay que exprimir para sacarle las palabras. Por favor, no es necesario hacerse el interesante a estas alturas. No hay paciencia ni tiempo para eso. Tengo mis propios asuntos también. Si quieres decir algo sólo dilo, si no quieres, ni lo menciones.
Tampoco me engancho cuando te dejan en medio de un “hoy no me siento bien” y no me responden el por qué. Cómo puedo ayudarte si mínimo no me dices qué pasa o qué necesitas. Ayuda a los otros a ayudarte.
Quizás durante la adolescencia, donde las emociones son un alboroto y los eventos parecen todos graves, podía dedicar mi energía en subirte los ánimos, mostraste otro lado del prisma y acompañarte por horas en esa instancia de dolor. Hoy en día, no es que sea más insensible, sino que “estamos en una edad” de forjar nuestro camino de la mejor manera, con toda la dedicación posible sobre nuestros proyectos. Te acompaño, te apapacho, te ayudo a resolver los problemas, pero no estaré detrás de ti intentando salvarte cada día. Hoy entiendo que cada uno de nosotros somos nuestro propio salvador a la vez que nuestro principal verdugo.