Casi sin cesar, en reiteradas ocasiones regresa a mí, como un eco punzante, un tema que he definido como: “La lucha del individuo por su nombre”. De hecho, este año me he dedicado a tocar puntos relacionados desde distintas áreas, esta vez, principalmente, desde mi experiencia, aunque sin la intención de ser demasiado autorreferente. Por desgracia o por fortuna, me he visto vinculada a personas muy apreciadas pasando por procesos similares a los míos, en cuanto a la identidad y descubrimiento interior. Es por ello, que por medio de la exteriorización de dichos procesos personales (o inspirados en los de amigos), busco visualizar y organizar mi flujo interno, con el objetivo de demostrar que existe la autosanación, y que todos tenemos la capacidad de lidiar con cualquier situación que se nos presente, aunque pensemos lo contrario.
Hoy he estado analizando el asunto desde sus dificultades y beneficios en general. He llegado a la conclusión que sólo existe una negatividad en apariencia, con lo que se refiere al costo y los sacrificios que supone proteger tu individualidad, pero en esencia, sólo se puede hallar riqueza y satisfacción, una vez superadas las trabas mentales y las obstrucciones emocionales. Con esto me refiero a la desprogramación de “autoconceptos errados”, que como expliqué en la entrada anterior, muchas veces son falsificaciones que otros insertan en tu cabeza hasta herir tu corazón. Les recuerdo que ninguna otra persona más que uno mismo puede dictar lo que somos en verdad.
Y esto bien lo sabía Friedrich Nietzsche cuando dijo: “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.”
A estas alturas, no deseo poner atención a quienes puedan criticarme por no seguir la corriente al querer ser fiel a mí, dejando atrás comportamientos complacientes que anulan la identidad de cualquiera. A muchos les ha molestado que haya rechazado invitaciones ante cosas que no considero sanas, aptas, buenas, correctas o armoniosas para mí. Hoy hemos de buscar sólo nuestro mayor bien. Esto no significa ser egoísta ni egocentrista, sino íntegro. No importa que los demás piensen que no puedes o que no debes cambiar. Y en realidad no se trata ni de cambios radicales ni superficiales, ni de transmutar necesariamente en algo diferente, sino en algo mejor.
A mí me pasó algo interesante con esto, pues cuando más sentía que progresaba interiormente, cuando más prejuicios y paradigmas derribaba, más murallas me levantaron algunos seres queridos. Cuando manifestaba libertad, cuando compartía mi progreso “alquímico”, cuando me limpiada de impurezas, más críticas y obstáculos se abalanzaron. El aprender cosas nuevas era tachado de ridículo o de imposible, el querer renovar tradiciones significa una influencia externa y una rebeldía insultante, el querer desarrollar otras facetas era denostar al resto; el explorar, pulir, conocer o potenciar mis habilidades era, para ellos, ser otra persona. “Haz cambiado” -me decían en un tono de reproche- “te cambiaron”; como si se tratase exclusivamente del trabajo de otros y no de una iniciativa o necesidad propia.
¿Por qué se me negó avanzar si jamás pretendí lastimarles? Me di cuenta que eran sus miedos y límites proyectados en mí. El miedo a lo nuevo, el rechazo del surgimiento de nuevas capacidades y el no respetar la voluntad del otro fueron factores potentes y destructivos, los que dificultaron mucho mi vida.
Me cuestioné y me percaté que no era yo quien había cambiado, sino las visiones que el resto tenía de mí. Yo seguía siendo la misma, en una versión mejorada, enfrentando lo nuevo y dándole la bienvenida a otros contextos y situaciones. Eran ellos quienes no superaban aún el apego, los que no aceptaban que uno crece, que los ciclos terminan, que otras puertas se abren, que se atraviesan etapas diferentes de muchas maneras y que tenemos derecho a la toma de decisiones sobre nuestra propia vida. No puedo pedirles que me sigan el paso ni que disfruten del progreso personal al mismo nivel que yo, ni que lo intenten. Pueden seguir como hasta ahora; respeto el preferir la zona de confort, así como admiro el tomar riesgos. Sólo exijo que se me respete y tolere, y en el mejor de los casos, que se me comprenda.
No tengo la intención de gritar por mi nombre, pero no dudaré en defender mi identidad.
Uno nunca busca herir, pero expandir nuestro horizonte descoloca a quienes desean seguir mirando el mismo paisaje por la ventana de siempre.