Foto de: Robert and Shana Parkeharrison
Como preámbulo al punto principal en cuestión, debemos empezar reflexionando sobre lo más característico cuando escuchamos hablar sobre la felicidad; “¿dónde la encuentro?”. Muchas personas se entregan a la idea de tratar a la felicidad como un objeto perdido, el cual debe ser buscado sobre cielo y mar, bajo las piedras, en una relación o en un sueño por cumplir, y no digo que no pueda ser así, aunque la forma en que yo veo este asunto es un poco distinto; La felicidad no es una meta que se consigue, es un camino que se construye. Quizás podrías pensar que mi filosofía de vida se acerca a esa premisa de sabiduría popular, la cual sugiere que la felicidad está formada de emociones positivas y momentos fugaces, pero prefiero complementar la idea viéndolo más como un estado permanente o al menos prolongado, que como instancias breves de satisfacción.
Nunca he podido definir con exactitud los grandes tópicos universales y humanos, como el amor, los ciclos de la vida y, propiamente, la felicidad, pero de forma breve podría explicar(me)la como un estado continuo de templanza interior, el cual no depende de agentes externos como circunstancias, eventos ni otros seres. Sí, dicho de esta forma parece difícil, pero se puede acceder a ello con mucha introspección y trabajo sobre ti, sabiendo que en tu completud te bastas. Yo elijo no sentirme como un ser fraccionado cuya existencia y estado interior dependa de lo que me dé otra persona o una cosa en específico.
Esto no supone vivir con una sonrisa bobalicona todo el día o no poder experimentar todo tipo de emociones. Tampoco se trata de estar en modo inmutable, metido en tu fuero interno, mirándote el ombligo sin ser parte de lo que te rodea, y despreciar tanto la ayuda como el valor que los demás aportan a tu vida.
Ahora, ¿por qué hablo del peligro que supone ser feliz? para ello abriré una pregunta: ¿Te has sentido alguna vez cuestionado, señalizado, juzgado y desacreditado por mostrarte feliz? Es curioso y gracioso al mismo tiempo; las personas creen que tu equilibrio psico-emocional está sujeto a su juicio, que tienen el poder y el derecho de ponerlo a prueba con intentos de desbalancearte y sacarte de tu centro. Si lo logran, entonces “realmente no eres feliz”, según ellos, pero si no lo permites y manejas la situación, “te estás conteniendo con una careta”. Recuerda que esencialmente el cómo te sientes depende de ti y nadie puede dictar lo contrario. Tú eres el único amo y señor capaz de decidir cómo reaccionar ante los sucesos, aunque puedes culpabilizar al otro por hacerte enfadar, como si esa responsabilidad fuese exclusivamente suya, tal cual hacen los infelices. No digo que una injusticia no pueda dolernos, pero a veces le agregamos una carga emocional extra e innecesaria a asuntos que pueden escaparse de nuestras manos, como por ejemplo, la ineptitud o inconsciencia del otro. Una opinión ajena sobre tu persona no te redefine como individuo, un ataque personal es sólo una interpretación y no una verdad absoluta. Puede molestarte la falta de visión, pero no deberías permitir que eso nuble tu juicio ni ensucie la imagen que tienes de ti. Si no creen que eres feliz, dichoso, que estás bien y cómodo con tu persona, no es tu deber demostrar lo contrario, no requieres la validación social para disfrutar, le duela a quien le duela. Tendrás retractores infelices, pero trata de no juzgarles, tú también te has sentido alguna vez así, entiende que la desdicha puede ser agresiva, intolerante, desconfiada y celosa. Deja que vivan su proceso, que ladren y piensen como desean, porque al fin y al cabo, tú seguirás siendo tú, viviendo tu realidad.
Cabe destacar que es obvio que aunque te consideres una persona dichosa o que está en buenos términos consigo mismo y la vida, tendrás declives, bajas de ánimo, episodios complicados, de tensión y estrés, y ello no significará que dejaste de ser alguien templado, y tampoco le concede el permiso a otro (o a ti mismo) de echártelo en cara. Aún en esas etapas podrás sentir palpitando la chispa de la felicidad en ti, pese a todo. Quizás la interpretes como esperanza, como tu Pepito grillo aconsejándote calma o una sensación de que todo saldrá bien. Quizás se burlen y digan que te crees de la new age, con visiones fantasiosas de optimismo, pero ¿sabes qué? eso da igual. Nadie está en tus zapatos. Ríete con ellos, porque quizás algo de razón halla en eso ¿y qué?. Sea como sea, lo que realmente importa es que superes los obstáculos, que asimiles el aprendizaje ganado y mantengas tu bienestar.
Para finalizar, la felicidad no es una emoción, no debe ser confundida con la alegría y mucho menos con un momento de euforia. Las emociones forman parte de la felicidad, pero no son la felicidad. Las emociones pasan, cambian, se transforman, la felicidad -en la forma en que yo la veo- estaría más sujeta a un sentimiento, el cual es más prolongado, aunque más que ello, como dije, se trata de un estado y hasta de una capacidad.