Uno de los elementos más valorados, respetados y amados por monjes budistas o personas que buscan la paz y la tranquilidad en sus vidas se llama “Silencio”. Pero no sólo se entiende a éste como la ausencia del sonido, ya que en el fondo el sonido nunca cesa. El sonido es uno de los tres principios o fuerzas creativas que formaron el universo y dan vida a toda existencia, junto con la luz y la forma. Incluso el silencio tiene sonido. Así que en realidad, lo que se busca es la calma y la armonía auditiva, en la que no haya interferencias ni “ruidos” que perturben el ambiente ni a la persona.
No sólo se trata de ruido acústico, sino de ruido mental. Puede existir mucha turbulencia en tu mundo exterior; bocinas de automóviles, gente hablando y el clásico frenesí de la vida cotidiana, pero con el silencio debes de ser capaz no sólo de apartar al mundanal ruido (o fluir en armonía con él), sino también de acallar las ideas negativas, las autocríticas, las voces mentales y la sobre-actividad psíquica, para obtener la tan anhelada quietud interna.
El silencio no sólo es un equilibrante natural, también es un sanador indiscutiblemente eficaz si se le aplica con buen criterio, es decir ni en exceso ni en escasez.
Su práctica es esencial para el balance y la organización interna, ya que nivela las emociones, calma los pensamientos y regula el funcionamiento del cuerpo al permitir que el fluyo sanguíneo y otros circulen con naturalidad y calma. Básicamente nos regresa a nuestro centro.
El silencio es la base para cualquier relajación. Si le acompañas de una respiración lenta, profunda y consciente, puedes ser capaz de transformar y cocrear una nueva realidad o visión de las cosas. Al estar relajados y más conscientes de nosotros mismos podremos decidir con mejor discernimiento sobre eventos que afecten directamente nuestra vida o la de otros.
Así que en momentos de crisis, no cuestiones, no emitas juicios, no te llenes de ruido, aplica Silencio; entonces llegarán las verdaderas soluciones y respuestas que necesitas.