Al contrario de mi niñez, hoy me considero una persona nocturna, alguien que disfruta de las bondades lunares y todo lo que envuelve su místico halo, aunque suponga atravesar oscuros laberintos y hasta lidiar con los terrores de un insomne.
Ciertamente, hay un asombro ensordecedor cuando te entregas de lleno a la contemplación de ti mismo, en medio de la boca abierta de la noche. Su silencio impoluto es perfecto para el descanso tras la batalla diaria, o para la reflexión desnuda y sin tapujos sobre la vida y sus otras estancias. Tiene una sinceridad tan bendita como siniestra, ya que derriba cualquier máscara absurda que te hayas falsificado durante la jornada para endiosar al ego. Te arrebata las armas con las que defiendes tu fragilidad, dejando al descubierto todas las caras de las realidades que escondes.
Es durante una noche en vela, cuando mejor podemos ver a nuestras bestias internas; es entonces cuando despiertan, es allí cuando surge la oportunidad de forjar el temple, la voluntad y la valentía, para en el mejor de los casos, llegar a una catarsis sanadora que lleve a la total integración de tu sombra y tu luz. Ese es uno de los más efectivos caminos hacia la aceptación total, pero también, uno de los más abrumadores.
La noche no sólo es oscuridad, silencio y un cielo estrellado. También es, metafóricamente hablando, un abandono divino, en el que te desconectas de la rutina, de las palabras y de la gente, para sólo ser tú y el universo. La ausencia de distracciones banales ya no interfiere entre tú y la inspiración, entre tú y esa sagrada soledad, entre tú y esa quietud estabilizante. Sólo tú, contigo mismo.
Aunque ya no realizo tantas caminatas nocturnas como antes, me sigue cautivando observar al mundo bajo el cobijo y la calma de la noche, es como transitar de una dimensión a otra; algo único, que admite diálogos con tu reflejo o con otra persona que esté dispuesta a, por un momento, desvivirse como un noctámbulo apasionado, para adentrarse en los encantos secretos de la noche, asumiendo de antemano, que sus placeres también tienen un precio.