Me doy cuenta que los niños son los únicos que viven en el presente. Se desviven jugando, se les va el alma en la risa, su mundo se derrumba cuando se comete un atentado contra la diversión, y son los reyes del mismo, cuando, como elegidos por la luz, satisfechos celebran la victoria de sus travesías infantiles, pero tan grandes y llenas de verdad… Todo lo sienten en su máximo esplendor, todo es grave, todo es de suma relevancia. Una gran mayoría es extremista y la pasión se les desborda por los ojos, por el llanto, por sus gritos de protesta alegre; por la piel, por la seriedad en sus planes y estrategias traviesas, tan contraria a nuestra seriedad fatídica, melodramática, a veces tan exagerada.
…Pero es tan desgarrador ver a un niño con la expresión fúnebre de la infancia perdida, es tan desalentador saber que tarde o temprano la inocencia y la pureza que guardan sus mentes, cuerpos y esencias, se irán algún día casi por completo al entrar al insípido mundo de los adultos…