sábado, 12 de septiembre de 2020

Sincericida



Mi memoria tiene registro de haber escuchado por primera vez esta expresión hace varios años en una plática sobre relaciones interpersonales, pero el resto del expediente está perdido en el vacío caótico de mis recuerdos, así que no me pidan más precisión que ésta.

No sé quién, en realidad, acuñó este concepto, pero de a poco cobra fuerza aunque la R.A.E. no admita la palabra, pese a haberle dado lugar a una serie de barbaridades que me hacen cuestionarle y no tenerle como la fuente más coherente en lo que a lenguaje se refiere, pero eso es tema aparte.

Es seguro que más de una vez no sólo hayas oído, sino que hayas usado para resumir tu filosofía de vida, cual heroico himno, la siguiente frase: “Prefiero incomodar con mi sinceridad que agradar con mi hipocresía”. Bien, son estas ideas llevadas al extremo, las que dan origen a la necesidad de crear un término para referirse a aquellas personas que, detrás del escudo y la espada de la verdad, van imponiéndola como inconscientes tiranos.

Aunque el problema no siempre es el fondo sino la forma, hay factores a tener en cuenta, pues mucho depende del contexto. Espera. Ya sé, ya sé, tú eres el único capaz de “decir las cosas como son” y “no se puede tapar al Sol con un dedo”, y es más, “te enseñaron a ser honesto” y sobre todo “es tu más humilde opinión”. Conozco tu siguiente salvavidas: “Estos Millennials no aguantan nada” o “la generación Z es de cristal”. Te voy a detener ahí (en esta falsa discusión), porque no se trata de ser partidarios de las falacias, de adornar la verdad ni de omitir temas importantes. Si veo a la pareja de una amistad siéndole infiel, me pondré mi hermoso traje de sapo y se lo diré, si considero que estás metiéndote con las personas equivocadas te advertiré, si tenemos la suficiente confianza te evitaré humillaciones haciéndote saber si te apesta el aliento. Puedes suponer que estoy dispuesta a exponerme a situaciones incómodas porque valoro la sinceridad, pero sé reconocer que hay instancias en que mi opinión no es un aporte genuino y es mejor verterla sólo si me la solicitan de frente, sabiendo de antemano, que el hecho de pedir mi opinión no me otorga un pase libre para herir. Diríamos que la clave es el discernimiento y la sensibilidad, y es aquí donde el sincero se diferencia del sincericida.

¿Alguna vez presenciaste una conversación en la que alguien revela su pensamiento sin escrúpulos a otro, de modo que se ven las flechas atravesarle el corazón?. Obviamente no hay evidencias de armas intangibles, pero ni si quiera tuvo la deferencia de apuntar más abajo o ponerle menos tensión a la cuerda del arco. No, lanzó cada flecha sin miramientos, escudándose detrás de lo “buena persona” que es por aplicar la franqueza y decirle lo que nadie más se atrevió. Algunos masoquistas con el tiempo lo agradecerán, pero hay otras maneras de hacer las cosas. Si bien no puedo evitar que la verdad te haga sangrar, puedo escoger no usar la flecha ni la escopeta.

Entiendo que seas un paladín moderno que lleva como emblema la balanza de la justicia, que no admitas ni una mínima cuota de incongruencia, y que porque tu ética es la más pulcra deberíamos estar agradecidos por decirnos cómo vivir nuestras vidas, así sea que nos avergüences con tus observaciones. También entiendo si eres un punzante erudito que quiere desenmascararnos a diestra y siniestra para revelarnos aquello que no estamos listos para enfrentar, porque tú te paseas feliz exhibiendo a tus monstruos y sólo así se es verdaderamente libre. Hasta cierto punto cualquiera de tus personajes es útil, pero inflexible, dictatorial, estorboso y cruel si no logras tener en cuenta los matices de la vida, la susceptibilidad de cada ser, y en particular, si sobre-estimas la relevancia de la misión egocéntrica que tienes de influir en los demás. Aunque pienses lo contrario, el mundo no requiere tus servicios de opinólogo 24/7.

A veces nos podemos ver envueltos en un contexto de falsa y excesiva confianza, motivados por “el hablemos sin filtro”, pero no corrompas tu esencia para estar a la par de un sincericida. Sé honesto, pero sensato. A veces haces más daño sólo por tus “buenas intenciones”. ¿O quieres ser el rey o reina de lo obvio?. Hay cosas que las personas ya saben, pero ahí te apareces queriendo hacer “la buena acción del día” restregándole lo evidente por tu soberbia de idealista. Una cosa es la sinceridad pura y otra la brutal.